Divagaciones viajeras: la soledad

Soy rara. Lo sé. Atípica. Diferente. Creo que es por ser hija única.
En mi época no existían los móviles. De ordenadores ni hablamos. Mi padre le puso un candado al teléfono para “controlar gastos”. La televisión tenía solamente dos canales, uno de ellos con un horario eternamente restringido. El vecino más cercano vivía a una distancia considerable de casa… Enfin, que tuve pocas alternativas de ocio.
Y fue una grandísima suerte.

La música se convirtió en mi mejor compañera. Seguida de cerca por la lectura. Hasta ahora no he encontrado nada que no me haya fallado en algún momento. Nunca se acaba. Puede revertir o generar estados de ánimo. Te acompaña dónde y cuándo tú quieres. La llevas en la cabeza. Si no quieres o no puedes, no necesitas ningún dispositivo, la puedes reproducir tú sola. O no —en mi caso, mejor no —

Los momentos importantes de mi vida tienen banda sonora. Todos y cada uno de ellos sin excepción. Del mismo modo que lo tienen diferentes periodos de mi vida. Cuando recuerdo esas melodías, vuelvo a sentir lo mismo que la primera vez que despertaron esa emoción que me hizo atesorarlas en mi cabeza: alegría, melancolía, serenidad…
Spotify me parece el invento del siglo. Bueno, esto quizá sea una exageración pero sí es cierto que es el invento que más sonrisas —y alguna que otra lágrima— me ha sacado en los últimos tiempos.

Claro que esto de haber disfrutado de un ocio tan limitado también tiene una contrapartida que sigo arrastrando a pesar de los años: soy una persona introvertida y solitaria ¿Cómo no serlo cuando no tienes con quien compartir las andanzas diarias? Ojo, que no me quejo, constato sin más. Pero ya me estoy dispersando. Vuelvo al comienzo.

Soy rara, sí. Lo sé. Atípica. Diferente. Porque no creo que haya mucha gente a quien le guste estar despierta a las tres de la madrugada a miles de kilómetros de su hogar. Pero disfrutar de la comodidad de estar en pijama en una habitación de hotel, sin más ruidos que el zumbido alejado y pertinaz del aire acondicionado y sin la presión de solucionar el día a día que existe en toda casa, eso, tiene su encanto. Estar sola y disfrutar de esa soledad. La soledad impuesta, uno de los grandes placeres de mi trabajo, aunque pueda resultar extraño.

 

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