Soy corredora popular…
¿Que qué quiere decir eso?
Pues que disfruto corriendo.
Sí, mucho. Aunque también sufro, de vez en cuando. Pero siempre acabo disfrutando de esa sensación de total libertad que me proporciona correr. No montar en bici, jugar al tenis o esquiar. La libertad en su máxima expresión me la otorga correr.
He de añadir que igual que disfruto corriendo, disfruto tomándome una porción de tarta de a 3000 calorías la ojeada o una copita de vino por las noches mientras preparo la cena.
Pero a lo que voy: que corro por placer, no por obligación.
Esto significa que correr no me da de comer —¡gracias a Dios!— lo cual hace presuponer que tengo un trabajo que sí lo hace. Y esto, a su vez, implica que debo compaginar trabajo y deporte —este concepto que a los pros de cualquier disciplina se les escapa es la realidad de la mayoría de los terrícolas amantes del deporte—.
Por lo tanto debo planificar mis entrenamientos —seré corredora popular pero tengo mi pundonor…— de acuerdo con un trabajo que, en mi caso, es bastante irregular. Porque trabajo para una compañía aérea.
Soy lo que antiguamente se denominaba “azafata”, palabra que me espanta. Tripulante de vuelo, aunque más rimbombante, es más acertado, pero no todo lo mundo lo identifica con lo que es.
Bueno, a lo que voy. Que no siempre corro en las condiciones óptimas para hacerlo, pero lo disfruto como la que más.
¿Y por qué te cuento esto?
Porque disfrutar de lo que haces es una de nuestras obligaciones olvidadas. A menudo pasamos por alto que siempre hay alguna rendija por la que se puede colar una sonrisa. Y cuando no la hay, hay que coger pico y pala para cavar y elegir si quieres ser víctima o prefieres aprender de lo que te ocurre.
Porque el pensamiento positivo afecta a todo lo que hacemos.
Porque somos lo que pensamos.